martes, 24 de marzo de 2020

La reforma de la iglesia invisible


Aeropuerto de Guadalajara , 19 de marzo de 2020. Inicio de la crisis de COVID-19 en México.
Fotografía: Raúl Méndez  


Una nueva conciencia de comunidad


Debido a la crisis sanitaria que ha afectado, al momento de escribir este texto, a más de 160 países, con un registro de 392,149 infectados y 17,736 muertes, vivimos en una situación inaudita para la generación que está sobre el planeta en estos momentos, independiente de los rangos de edad. Boomers, Millennials, Centennials, todos somos ahora la generación de la pandemia. 

Somos la generación de quienes no nos habíamos enfrentado a una situación tan drástica como la que tenemos encima en estos momentos. Solamente aquellos que pasaron por situaciones de guerra o en localidades como Chernóbil, donde hubo verdaderos desastres bioquímicos, habían tenido noción de una situación como la que, ahora el planeta entero se encuentra viviendo. 

En esta reclusión y aislamiento, parece paradójico tener que hablar de la comunidad. ¿Cómo hacer comunidad en un contexto en el que nos encontramos separados por una necesidad de cuidado y salud? El amor ya no se demuestra por la cercanía, sino por la "sana distancia".

Esto no es un paréntesis que durará dos o tres meses. Este distanciamiento será la nueva regla del juego social a partir de estos momentos. Tenemos que cobrar conciencia que, según las estimaciones de la OMS, al final de esta pandemia, el 60% de la población habrá sido infectada en algún momento. El objetivo es no contagiarnos todos al mismo tiempo. Lo que hará que esta situación de alerta dure mucho tiempo. Se estima incluso, que años.

Pero más allá del momento en que finalmente podamos salir de esta contingencia sanitaria, lo cierto es que cambiarán las cosas en los hábitos, valores y creencias de la sociedad. Y por supuesto, también marcará a las futuras generaciones. El sentido de grupo y lo colectivo está siendo resignificado de una manera muy profunda. El contacto cara a cara, la cercanía piel a piel, está llegando a un punto sin retorno, en el que habrá que cambiar toda la interacción que tenemos como seres humanos.

Típicamente se hablaba de las culturas de la distancia y las culturas de la cercanía.[1] Las culturas de la distancia son aquellas como los ingleses, los alemanes, los coreanos, quienes en sus gestos y saludos respetan mucho el espacio personal o, como la antropóloga Mary Douglas le llamaba, el “registro de dignidad" de las personas.[2]. De ahí que era muy frecuente hablar de la sorpresa que se llevaba el inglés que venía a una comunidad de México y era besado y abrazado por todos, y llegaba a sentirse incómodo al respecto, porque él forma parte de una cultura de la distancia, en la que 30 o 40 centímetros de alejamiento entre los cuerpos era apenas el mínimo necesario.

Por otra parte, se encuentran las culturas de la cercanía, entre las que destacan las de los árabes y las de los países latinoamericanos, a quienes nos gusta mucho el apapacho, el beso y la cercanía. Esta proxemia, es decir, esta relación de distancia entre los cuerpos, a partir de estos momentos ya no será la misma para ninguno de los dos tipos de culturas. 30 o 40 centímetros ya no son suficientes, sino al menos metro y medio de distancia. 

"Distancia social": El nuevo paradigma de interacción.
Fotografía: Crystal Eye Studio/Shutterstock

La situación es la siguiente. Esto va a provocara que, incluso cuando hayamos salido de esta contingencia sanitaria, las personas sigan preocupadas por quién se les acerca y vamos a vivir en un estado de constante “hermenéutica de la sospecha” o, mejor dicho, una hermenéutica de la sospecha del riesgo de contagio. Van a existir nuevas interacciones entre los cuerpos, los saludos, el momento de comer, el momento de estar juntos en un espacio cerrado y, por su puesto, las aglomeraciones multitudinarias en conciertos o en mítines políticos. Todo eso ya está teniendo un drástico cambio del que no podemos anticipar completamente cómo nos marcará.

Desde luego las comunidades de trabajo como las ONG o las iglesias, los cultos y, por supuesto la atención pastoral, también se verán afectadas por este nuevo tipo de conciencia de comunidad que está surgiendo alrededor del mundo.

La iglesia invisible se visibiliza


¿Cómo entonces podemos pensar en pastorales comunitarias en un contexto de aislamiento y separación? El COVID-19 vino a transformar nuestras eclesiologías haciéndolas caducas. Estamos juntos en esto y debemos pensar en forma cooperativa cómo vamos a ejercer ahora la pastoral. Personalmente tengo más dudas y cuestionamientos que respuestas. Porque no sé exactamente cuál sea la mejor forma de responder. Será entre todas y todos que iremos construyendo este nuevo sentido de comunidad.

Un concepto que es de pertinencia retomar es aquella categoría eclesiológica acuñada por Agustin de Hipona y retomada con singular entusiasmo por la Reforma desde Lutero y Calvino, la llamada “iglesia invisible".

Atendamos al Catecismo Mayor de Westminster.
P. 64. ¿Qué es la iglesia invisible?
R. La iglesia invisible es todo el número de los elegidos que han sido, son y serán reunidos en uno bajo Cristo la cabeza. Efe. 1:10, 22, 23; Juan 10:16; 11:52.
La iglesia invisible es el conjunto de los fieles que adoran en todo el planeta y en todo momento a Dios, y quienes "gozan por Cristo de unión y comunión con él en gracia y gloria"(respuesta 65). Se distingue de la iglesia visible por ser esta el territorio de confinamiento en el cual se realiza un acto devocional, un culto, una eucaristía o un servicio a Dios. Es el templo cotidiano que podemos ver a simple vista y sus congregantes.

La iglesia invisible, por su parte, es lo más cercano a una comunidad virtual[3], porque se encuentra dispersa en todo el mundo; no habita el mismo espacio específico de adoración, cada quien adora en cualquier región y parte del globo.

Algo estamos aprendiendo. Ya no es necesario estar en multitud para poder tener una experiencia significativa de fe, causa común o solidaria. Ahora, desde el aislamiento y la intimidad del hogar se crean los vínculos subjetivos desapegados del espacio físico. No es necesario estar en el mismo territorio para tener la misma causa. Esa es la iglesia invisible.

¿Cómo entonces generar un diálogo con alguien que no está a mi lado?, ¿cómo generar una interlocución con una persona distante y a quien quizá pueda ver por la pantalla, pero no tocar, oler ni tener toda la experiencia organoléptica que se da en el encuentro con el Otro. Ahora serán encuentros, más asépticos, con la menor invasión y contacto posible.

A la iglesia invisible no la convoca un espacio, sino un servicio. Es corresponderse en una visión o causa que funciona como llamado para actuar en común. El grupo pastoral, por lo tanto, se debe de pensar ahora en un sentido más que de convocatoria a un evento, en términos de un mismo llamado a la acción. Tenemos que buscar que nuestras comunidades se sientan partícipes de un mismo espíritu de misión evangélica.

Sin duda esto es una pérdida, no es algo sencillo, no es algo fácil. Vamos a atravesar un duelo por la comunidad de antaño. También un duelo por nuestros espacios. Desde luego no significa que nuestros templos se vayan a quedar vacíos. Van a seguir existiendo los cultos, los retiros, los eventos, una vez que retornemos al exterior. Vamos nuevamente a intentar llenar las bancas, pero ya no será lo mismo. Va a quedar una zozobra en nosotros, y, poco a poco, esto irá dispersando a las personas. Por eso, desde ahora, debemos comenzar a pensar en este cambio.

Porque si aspiramos a que, una vez terminada la contingencia, retornaremos a nuestras comunidades como estábamos antes, vamos a tener una pastoral insuficiente. Tenemos que adelantarnos al porvenir que ya es presente y pensar en términos de iglesia invisible.

El concepto de iglesia invisible puede desanclarse, incluso, de lo estrictamente religioso. Una iglesia o ekklesia es una asamblea, no necesariamente de fe. Es un grupo de personas con una misma causa. Entonces, va a pasar tanto en grupos religioso como en las empresas, en organizaciones de la sociedad civil, en grupos deportivos, de amistades. Sentiremos mayor confianza y mayor seguridad con el que está lejos y no con el que está cerca. Y eso, evidentemente, nos está representado un desafío pastoral muy importante.

Paradójicamente fue Nietszche, quien en "Así habló Zaratustra", parece haber profetizado esta pastoral de la iglesia invisible:
¿Os aconsejo yo el amor al prójimo?
¡Prefiero aconsejaros la huida del prójimo
y el amor al lejano![4] 
Tenemos que convertirnos en agentes pastorales de la iglesia invisible. No se trata, simplemente, de conectarse a Zoom o transmitir en vivo el culto. Este no es un cambio tecnológico, sino, primeramente, teológico y reforzado por la tecnología. Una pastoral de iglesia invisible es una pastoral de la escucha: no de la enseñanza, sino del diálogo. Ya se venía trabajando en estos modelos no centralizados de pastoral[5], y es el momento en el que tenemos que implementarlos desde las comunidades invisibles o no-localizadas.

La iglesia invisible no tiene membresía denominacional, sino identidad de fe. No tiene un liderazgo emblemático, sino conversaciones significativas. En tanto iglesia invisible se trata de crear estrategias de solidaridad y no mecanismos de proselitismo. El número no es lo importante, sino el valor de las experiencias de fe.

Tan hermano cercano será quien se sienta a mi lado en la banca (cuando esto pueda volver a ser posible) como quien está escuchando el culto por teléfono o conexión web, o con quien, quizá no está en el culto pero participa de mi causa.

Nuestras comunidades locales, que representan la iglesia visible y localizada, seguirán operando y actuando en misión evangélica. Sin embargo, el nuevo paradigma teológico y eclesiológico consiste en articular estas comunidades locales con todos aquellos que en todo tiempo y lugar adoran al Señor.

La iglesia invisible es, por tanto, profundamente escatológica, es el anuncio del Reino en todas las naciones y en toda parte del mundo como señal del fin. Y es que algo está terminando en el mundo, quizá nos resistimos a verlo. Una era está colmando su tiempo sobre la tierra para dar paso a una nueva, ante la cual debemos estar atentos, como siervos fieles y prudentes esperando lo que tanto tiempo anunciamos y que, ahora está ocurriendo.

Es la Reforma de la iglesia invisible, la era de la eclesiología escatológica, no ya como anticipo del futuro, sino como realización presente. Una iglesia transdenominacional, ecuménica e interreligiosa. En este ánimo escatológico, terminemos escuchando a otro profeta, a Karl Barth, quien ya avizoraba esta Reforma.
Dios puede hablarnos a través de un pagano o un ateo –desde un púlpito o una red social puede acotarse -, y de esa forma nos hace entender que los lazos entre la iglesia y el mundo profano permanente y repetidamente toman un curso muy distinto del que hasta la fecha creemos observar […] No obstante, los esfuerzos tradicionales pueden permanecer junto con aquellas indudables posibilidades del lado externo de Dios, en la iglesia, o en una nueva iglesia con un área mayor que el de la iglesia visible (Barth, 1960: 60-61). [6] 

REFERENCIAS

[1] HALL, Edward, La dimensión oculta, Siglo XXI, México, 2003.

[2] DOUGLAS, Mary, Estilos de pensar. Ensayos críticos sobre el buen gusto, Gedisa, Barcelona, 1998.

[3] MÉNDEZ, Raúl, "Dios te ha confirmado como amigo. Narratividad y religiosidad identitaria juvenil en las redes sociales Hi5 y Facebook", en Alberto Hernández (coord.), Nuevos caminos de la fe. Prácticas y creencias al margen institucional, COLEF, México, 2011.

[4] NIETZCHE, Federico, Así habló Zaratustra, Maxtor, Valladolid, 2007.

[5] DIAS, Zwinglio, Discusión sobre la Iglesia, Petrópolis, Editora Vozes, 1975

[6] BARTH, Karl, 1960, The doctrine of the Word of God: Prolegomena to Church Dogmatics, Vol. I, Part I [1936], trad. G.T. Thomson, Edinburgo, T & T Clark.

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