martes, 25 de agosto de 2015

Un día un antropólogo se murió y llegó al cielo

No es propiamente teológico, pero me lo encontré en la caja de tiliches y tenía que ponerlo en algún lado:


Un día un antropólogo se murió y llegó a las puertas del cielo. Muy bien entrenado en el arte etnográfico   se percató de que los querubines –bastante nice y angelitos bien- viajaban en lujosas nubes, que los arcángeles tenían una mejor alimentación pues como guerreros debían tener reservas energético-espirituales de sobra, y finalmente el resto de “las huestes” se encargaban del trabajo pesado… como recibir a los antropólogos que se mueren.
Pues bien, a pesar de ser toda su vida agnóstico, al antropólogo se le dejo entrar a las puertas del cielo… aunque sospechaba que por algún error burocrático había tomado el lugar de algún buen y santo administrador o biólogo o pedagogo, en fin,  con su inseparable Diario de Campo en mano fue tomando nota de todo lo que veía a su paso y así logró descubrir que la del cielo era una sociedad patriangelical proletaria con un modo de producción etéreo y una cultura basada en los buenos modales.
Después de una breve estancia allí logró obtener una gran producción editorial –y eso que en el cielo no se encontraba ni un solo dictaminador del SNI. Tras publicar, sin mucho éxito en librerías, “No soy hombre ni bestia. Identidad y alteridad entre los ángeles del tercer cielo” y “Dios ¿por qué yo no tengo pe…? Hacia una redefinición del género angélico subalterno”, logró convencer a las Huestes (o “lumpen-lumen proletariado  angelical” como les llamó) de que su trabajo era igualmente digno que el de los Querubines y que Dios y el Sistema no eran equivalentes. Así, se armó un borlote en el cielo: las Huestes hicieron plantones, marchas, y con pancartas y proyectos de políticas afirmativas paralizaron la producción de redimidos.
Ante tal conmoción Dios no tuvo más remedio que intervenir y preguntar por qué tanto escándalo. Se le mostraron los libros del antropólogo e inmediatamente se le aplicó la 777, política celeste según la cual el Reino de los Cielos se reserva el derecho de admisión a revoltosos. Custodiado por un arcángel mal encarado, con gafas negras y voz prepotente, el antropólogo preguntó si se le enviaría al Infierno a lo que el Arcángel le contesto: “velo más bien como un Cielo subdesarrollado” y con un puntapié en el trasero fue mandado a los terrenos de Lucifer.
El Infierno no le pareció del todo extraño, es más, le recordó el lugar de reunión donde entre chelas y baños malolientes solía charlar con sus colegas. De cualquier modo estaba fascinado, pues una vez conocido el cielo ahora podría hacer un estudio comparativo en el Infierno. 
En el Infierno observó los procesos de producción de la legitimidad satánica,  logró descubrir que el azufre –pese al imaginario popular- no era el principal insumo ecológico, sino el vidrio de las caguamas que no paraban de circular. Con el tiempo logró ganarse la confianza de los demoniacos seres que habitaban tal región y hasta le concedieron abundantes entrevistas. Así el antropólogo despertó una profunda reflexión en todo el infierno sobre una teoría de la dependencia infernal según la cual, el cielo era quien dependía del infierno para su desarrollo pues la gente sólo iba al cielo para evitar el infierno. Al darse cuenta de esto los demonios y el mismísimo Rey de la Tinieblas adquirieron una nueva percepción de su identidad y comenzaron a darse cuenta de su poder.
En esto las cosas cuando Dios le habla por teléfono al diablo para preguntarle cómo le ha ido con el antropólogo.  “¡A toda madre!” fíjate que hasta ya estamos pensando en hacerte a un lado para posicionarnos como la nueva clase espiritual emergente” Ante la sorpresa del Altísimo, el buen Belial le explica todo el rollo antropológico.
Lo que sucedió después fue que ante el intento de emancipación infernal el cielo desplego sus arsenales más poderosos y los abatieron a chingadazos. Tras esto el Diablo consideró demasiado peligrosas las ideas del antropólogo y lo desterró del infierno.
- ¿Y ahora a dónde diablos me voy? – preguntó consternado

- Ah pues… el diablo pensó… que tal el Mictlán? donde tendrás el gozo de ser desmembrado y ver tu corazón rodar ensangrentado. 
- Ok – murmuró el antropólogo –  ahora a disfrutar de unos buenos tragos de pulque … hasta que me corran!!!
 MORALEJA: Un antropólogo no cabe ni en el cielo, ni en el infierno… pero eso es lo de menos, lo verdaderamente importante es que si conoces a un antropólogo no lo ames, ni valores, ni lo quieras… INVITALE UN PULQUE!!!!


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