martes, 2 de septiembre de 2014

Compañeros de la eternidad

A la memoria de Momo, tierna y dulce amiguita  

No, no es ingenuidad infantil. La niña o el niño que le lee la Biblia a su perro o a su gatito buscando hablarle del Evangelio, entiende claramente el amor divino.

Rose Mary Radford asevera que nuestro recalcitrante antropocentrismo no nos permite entender la alteridad animal. Es decir que al creer que el hombre es el ombligo del mundo no podemos entender que los animales son distintios, tienen su propia belleza. Siempre se ha supuesto, por ejemplo, que los animales no tienen "alma", y por lo tanto no participan de la Resurrección de Cristo. Desde luego ellos no experimentan la redención en sentido de salvación pues no han pecado, pero la Escritura afirma, en muchos lugares, que la Creación entera será redimida, rescatada de la opresión del pecado humano (Isaías 11.6-8; Romanos 8.22-23). En este sentido, los animales, que son propiedad de Dios y amados por él, también gozan de los beneficios de la redención universal de Cristo que restaura y unirá "todas las cosas" (Efesios 1.10)

Las mascotas, como los animales más cercanos al hombre, y no utilizados como fuerza productiva, sino para relacionarnos con ellos en cuidado y amor mutuo, deben permitirnos notar que también en ellos obra el amor de Dios. Jack Wintz ha escrito interesantes libros sobre el destino de las mascotas , y lo que pudiera parecer una extravagancia teológica, es en realidad un fuerte llamado de atención a reconocer que los hombres no somos los seres más importantes en el universo, y que existen muchos seres vivos que son abrazados y apapachados por el eterno amor divino.

Es de celebrar que una antropóloga como Mary Douglas, poco tiempo antes de fallecer se diera a la noble tarea de interpretar el Levítico alejada de los estereotipos filosóficos y teológicos que nos hacían creer que existían animales "inmundos" ¡que Dios abominaba! Nada más absurdo de pensar que un Dios que crea a todos los animales con dulzura y los preserva del Diluvio, considere a algunos (de hecho, supuestamente para Levítico casi todos los) animales del mundo como detestables. En realidad, nos dice Douglas, estos animales son los preferidos de Dios, ya sea por su inmenso tamaño, como el camello; por su gran fecundidad que revela la bendición divina, como el cerdo (¡sí, el cerdo!), o los conejos, o los perritos, o porque su debilidad da muestra de que Dios los protege frente a los abusos, como los animales sin escamas o sin caparazón (Levítico 11). Todos estos animales hablan de la Alianza por la que Dios prometió vida en el mundo (Salmo 50.10; Génesis 1.22).

Se debe decir, y muy fuerte, que la fauna entera (entre la que se incluye al ser humano) es depositaria del cariño del Creador, y que las mascotas, los cachorrillos, por ejemplo, que saben que de la mesa de sus amos cae feliz comida para ellos (Marcos 7.28), son compañeros de la eternidad.


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