jueves, 6 de noviembre de 2014

Puentes rotos, colgantes y levadizos entre la cultura y la teología reformada

¡Qué mansa pena me da!
El puente siempre se queda y el agua siempre se va


(Manuel Benítez Carrasco)


Introducción.

La culutra produce obras y símbolos que los hombres ejecutan en el escenario social. La teología reformada padece a la humanidad cuyas obras y símbolos son síntoma del pecado que se ejecuta en el escenario del mundo.

La cultura  celebra la diversidad como signo y promesa de las libertades humanas. La teología reformada deplora la diversidad cultural como signo y promesa de las ilusorias libertades humanas.

La cultura camina hacia  el encuentro con el Otro humano, en su extrañeza y consternación. La teología reformada fomenta el encuentro con el Otro divino en su extrañeza y consternación.

Ante esta disparidad de carácter, ¿cómo esperar un encuentro amable entre teología y cultura? A continuación una mirada antropológica a un contexto teológico e institucional: el presbiterianismo mexicano. Utilizaré la metáfora del puente para hablar de tres tipos de relaciones:

Puente roto: Aquellos aspectos donde pareciera no existir posibilidad de reconciliación.

Puente colgante: Relaciones necesarias pero tensas que amenazan con tirar al precipicio a los andantes.

Puente levadizo: Puntos de unión y desunión estratégica, aspectos camaleónicos y flexibles.

1. Puentes rotos.

Uno de los más recientes biógrafos de Calvino, Denis Cruzet, inspecciona el día a día en Ginebra los años que Calvino ocupaba un lugar relevante en la iglesia y política de la ciudad.[1] Resulta sumamente aleccionador conocer las acciones y actitudes de Calvino en periodos electorales donde el pastor se esmeraba en convencer al Consejo general que eligiera “gentes de bien, aficionadas a la justicia”, es decir, aquellas que apoyaban su proyecto de reforma moral y religiosa, y, por cierto, no tenían ánimo xenófobo en contra de los franceses, a quien Calvino, francés él mismo, siempre defendió.  

Quiero aprovechar este contexto para mencionar algunas paradojas. La primera, es que como Cruzet defiende: “En la Ginebra calviniana no ha habido teocracia, porque en ningún caso tuvo lugar un proceso de fusión o confusión entre la autoridad secular y la Iglesia visible”, para obtener sus propósitos de reforma, “la iglesia no dispone de la fuerza”. Es decir el poder de Calvino en Ginebra antes que político fue cultural, lo que hoy se conoce como soft power, para diferenciarlo del hard power manifestado en ejército y misiles.[2]

La paradoja reside en que la cultura ha resultado el mejor caldo de cultivo para la teología reformada, pero es la cultura lo primero en ser criticado y abatido por ella. Algunos ejemplos de rechazo reformado a manifestaciones culturales.

“El 1 de marzo de 1546, Francoise, la esposa de Ami Perrin participa en un banquete de bodas en territorio bearnés, en el que se baila. Después cuando todos regresan, la fiesta continúa en Ginebra, a pesar y contra la prohibición de la danza ya promulgada, Ante el consistorio que ha exigido su comparecencia, Francoise Favre insulta a Calvino, que había amenazado a quienes habían bailado con tener que sufrir la ira divina.”

“En febrero de 1548, comparecencia, de un tal Millon, originario de Auvergne, contra quien Calvino toma la palabra por haber compuesto <<baladas y farsas>> - creaciones culturales – tan desagradables, según Calvino, como contrarias al honor de Dios. Calvino consigue que sea condenado a abandonar la ciudad.”[3]

Ejemplos más cercanos y recientes:

En 2005 en una congregación presbiteriana del norte de la ciudad de México, una joven celebra su fiesta de XV años en un salón. Han sido invitados familiares, pero también hermanos de la iglesia y el obrero pastoral. En la fiesta hay baile y bebidas alcohólicas. Posteriormente la familia de la quinceañera, y ella misma, reciben una amonestación pública por haber pecado de ese modo.

En 2012 una ministro presbiteriana de música sostiene un noviazgo con un joven “mucho menor que ella”, crecen las hostilidades veladas y abiertas contra tal relación en la iglesia, y la relación termina fracturada.[4]

Como puede entenderse, estos conflictos son de índole cultural, el rechazo de lo que la teología reformada y las iglesias presbiterianas consideran incorrecto. No necesitan de poder político, sino que la creación del estigma, la construcción de lo que debe entenderse por “la voluntad de Dios”, el manejo simbólico de la culpa, son las armas soft que con gran eficacia han marcado el desarrollo institucional de la teología reformada y de las iglesias presbiterianas.

Como dice el mismo Cruzet, ya Ginebra se había dado cuenta de esto cuando, tras la intromisión cultural de Calvino se desarrolla un ánimo por “revalorizar la defensa de los usos sociales tradicionales como para rechazar un orden que se entiende como venido de fuera, traído por un francés obsesionado por desnaturalizar las tradiciones y libertades ginebrinas.” [5]

Los apologistas de estas acciones de Calvino y del presbiterianismo señalan que tales tradiciones son “malas” y que a la gente “le hace bien” dejar de hacerlas, por lo que además del estigma, la ideología y la culpa se suma el paternalismo al arsenal del soft power reformado.

El éxito de Calvino en ginebra se debió a que logró disminuir la xenofobia, ya mencionada, en contra de los franceses. Puede considerarse un logro antropológico que un francés lograra ocupar un importante cargo público en Suiza, pues esto habla de tolerancia e inclusión. No obstante, mirando de cerca, podemos observar que lo que ocurre es la creación de lo que el etnólogo francés Gerard Althabe llama la creación de un “extranjero interno”. En la Francia de los 70’s esto se dio al “absolutizar las identidades etnoculturales para reenviarlas al exterior del campo social, y en convertir en extranjeros a todos aquellos que están apegados a esas identidades colectivas.”[6]

La segunda paradoja del puente roto es que el francés Calvino logró convertir a los ginebrinos en “extranjeros internos” debido a los estándares culturales con los que buscaba regular a la población. Esta paradoja en términos presbiterianos, es que la “Palabra de Dios debe corregir la cultura”, y así los misioneros, que no pertenecen al país, el pastor, que no pertenece a la colonia, el evangelista, que no pertenece a la familia, deciden qué es lo culturalmente inaceptable en la forma de vida de las personas.

No hay posibilidad de reconciliación: el baile es pecado, las fiestas de la colonia son paganas, la música popular es mundana, las minifaldas son indecorosas, los noviazgos y matrimonios deben ser sólo entre evangélicos, presbiterianos mejor. Y aún sigue: la evolución es contraria a la Biblia, el aborto es homicidio, la homosexualidad es aberración. La ordenación de mujeres es causa de disciplina.

Como antropólogo insistiré en que este no es el rostro del presbiterianismo, mucho menos de la teología reformada mundial, tampoco es el rostro del presbiterianismo mexicano, pues de hecho hay mucha diversidad presbiteriana. No obstante, los puentes rotos son los que más abundan.

Como teólogo reconozco que estos puentes rotos tienen una razón histórica de ser. Si bien Weber erró al señalar a la teología reformada como artífice del habitus capitalista, si acertó al definirla como un “ascetismo intramundano”[7] que sobrepasa la ética “tradicional” para crear nuevos sujetos con una paradójica ética religiosa “moderna”, basada en una tasa de costo-beneficio. Sin duda las justificaciones calvinianias, calvinistas, pietistas y ahora fundamentalistas son a partir de los “resultados”: el baile y las fiestas no son saludables, la música popular no es tan exquisita ni con tanta profundidad lírica como los himnos, las minifaldas ponen en riesgo a las jovencitas, una relación con un católico atrae muchos problemas.

Si partimos de los presupuestos teológicos de que 1) el hombre carece de libre albedrio y 2) que libre albedrío es igual a libertad, es claro que cortar los puentes para que los creyentes no sean “atrapados” y sean “obligados” a cruzarlos por las fuerzas del enemigo, es algo completamente racional.

2. Puentes colgantes.

Pero el presbiterianismo en México ha tenido que echar mano de muchos aspectos culturales si bien con recelo y traduciéndolos. Pensemos en las obras de teatro. Entre protestantes el teatro era una actividad popular no consagrada. El presbiterianismo tenía el mismo recelo, no obstante se sabe qué un presbiteriano llamado Emilio Torres dejó en Tabasco –antes de desaparecer misteriosamente alrededor de los 1890 – varias “obritas literarias” que “eran utilizadas en diversas representaciones de la iglesia presbiteriana, según contaba el historiador presbiteriano Apolonio Vázquez.[8]

Pero de usar el teatro como herramienta de evangelización a fomentar la asistencia al teatro en general, hay un puente colgante. Aunque no existen estudios especializados de consumo cultural presbiteriano cuantitativos ni cualitativos, se puede suponer que en el presbiterianismo se frecuentan más las salas de teatro, conciertos en el conservatorio y museos, que en otras denominaciones protestantes. Aunque, insisto, es mera suposición.

Pero no todas las producciones artísticas y culturales de este tipo son recomendadas, desde luego. Al menos no creo que ningún pastor presbiteriano haya recomendado el Festival “Cine y sexo: La mirada femenina” que se llevó a cabo en la ciudad de México en 2012. “¿Hasta dónde están los límites?” esa es una gran pregunta presbiteriana en México.

Se dice –y con orgullo- que los presbiterianos no somos como otras denominaciones que a penas y ven la tele, que nosotros sí leemos libros y tenemos gustos artísticos. En términos del sociólogo Pierre Bourdieu esto crea nuestra “distinción” frente a otros grupos evangélicos. Vamos al teatro, pero ¿teatro de terror?, leemos libros pero ¿Harry Potter?, usamos internet, pero ¿la Biblia en Smartphone durante el culto?, está bien la medicina alternativa, pero ¿acupuntura? “Límites” es la palabra clave, decidir hasta dónde se puede tomar de la oferta cultural es la obsesión presbiteriana.

Estos puentes son colgantes, están en vaivén y lo que se quiere es que no se muevan mucho, por eso se busca contener su oscilación. Y son muy útiles, sobre todo en pastorales juveniles, que permiten a los jóvenes presbiterianos sentirse con la libertad (sic) de ir de shopping al mundo, pero sabiendo que siempre habrá un límite, umbrales que no deben traspasar.

Se acepta que los hermanos y hermanas indígenas utilicen sus lenguas nativas, ¡hasta se llega a defender!, pero se rechaza todo lo que huela a “idolatría” o “brujería”.

Se acepta Facebook, pero los pastores vigilan con cuidado las fotos, memes, comentarios y likes de su feligresía.

Se acepta que un joven estudie una carrera universitaria, pero se le recomienda desatender las enseñanzas que vayan en contra de su fe.

Se acepta la ciencia y la medicina, pero se rechaza la evolución. Un pastor presbiteriano con amplios conocimientos en biología me contaba una vez que se enfermó de gripa y que sus colegas científicos le dijeron que tomara una medicina, a lo que él contestó que no, que si ellos creían en la evolución creerían que el cuerpo evolucionaría solito para rechazar el virus… hasta yo que no aprobé muy bien Biología en la escuela sé que ¡la evolución es filogenética y no ontogenética!. Es decir, no aplica a los individuos sino sólo a las especies.

¿Qué pasa? Pareciera que ser presbiteriano significa caminar con pasos tambaleantes por los puentes culturales de tal modo que se debe andar en ellos “hasta” que ya no sea edificante. ¿Y quién decide qué es edificante? “La Biblia” es la respuesta inmediata. Pero la Biblia no dice si el festival de rock Hell and Heaven es edificante, si la Muestra Internacional de Cine Francés está dentro del límite, ni qué se puede hacer o no en un Temazcal. Eso no lo dice la Biblia, lo decide un poder eclesiástico que una vez construida su opinión la traslada a la Biblia de modo tal que los creyentes piensan  que “eso dice la Biblia”.

Los puentes colgantes del presbiterianismo se mecen al vaivén entre la opinión pastoral y la simbología bíblica y en la práctica parecieran los mismos.

3. Puentes levadizos

Por último aquellos puentes que permiten el beso de dos horizontes para luego fomentar su separación y luego volver a abrazarse.

El caso más radical de puente levadizo lo oí de un importante presbítero, declarado denostador de la ordenación femenina y la equidad de género. Según él, pedir que en las iglesias chiapanecas los esposos se sienten junto a sus esposas es violentar los “usos y costumbres” de esa pobre gente que tiene por tradición cultural sentar a las mujeres del lado izquierdo y a los hombres del lado derecho… pero al mismo tiempo deplora a las mujeres en cargos de gobierno siendo que en Chiapas hay demasiadas mujeres con autoridad en todas las comunidades.

En este argumento se une por un momento el respeto a la identidad local, para luego levantar el puente y deplorar la identidad local de empoderamiento femenino. Se besa cuando conviene, se solicita su divorcio cuando conviene.

El antropólogo Néstor García Canclini hablaba de “entrar y salir de la modernidad”.[9] En un principio creía que se trataba de eso, pero luego vi que muchos presbiterianos no entran y salen de la modernidad, en realidad instrumentalizan la modernidad a beneficio. Utilizando otra metáfora, “subrogan” la modernidad: la contratan y la despiden a su gusto. La contratan para obtener insumos, la despiden cuando vienen los impuestos y prestaciones sociales. Es como una especie de Reforma Laboral pero a la presbiteriana.

Se habla de democracia en la Constitución de la Iglesia, y se vota por los representantes locales. Pero ahí se levanta el puente y entonces una vez elegidos se debe anular cualquier oposición o diferencia y la voz consistorial, presbiteral, sinódica y de Asamblea es inapelable. Hagan lo que hagan… el puente se baja cuando se acercan nuevas elecciones.

Se baja el puente para hablar del respeto a las leyes nacionales, se levanta cuando esas leyes son de Sociedad de Convivencia o cuando no convienen a los intereses eclesiales. Entonces, con el puente levantado “se debe obedecer a Dios, antes que a los hombres”. Pero si alguien crítica al pastor el puente se baja para defender el respeto a las autoridades.

Se baja el puente al solicitar que una pareja muestre su acta de matrimonio civil antes de la boda religiosa, pero el puente se levanta cuando se desconocen las actas de divorcio.

En la argumentación pseudo-teológica que se realiza en puntos doctrinales polémicos, se baja el puente de la racionalidad para argumentar e hilar textos bíblicos que, de hecho, responden a contextos socioculturales dispares. Pero el puente se sube cuando un callejón sin salida hace necesario dejar la razón y “obedecer” a la Palabra de Dios.

El puente del liberalismo se baja (al parecer sin conocer su nombre) cuando se celebra el natalicio de Benito Juárez que con sus políticas disminuyó el poder de la Iglesia Católica y permitió el acceso a iglesias protestantes. Pero ese puente se sube rápidamente para tachar de “liberales y modernistas” a teólogas, teólogos, seminaristas, misioneras y hasta a creyentes en general que no sostienen una interpretación literal de algunos pasajes bíblicos.

Esto nos lleva a otro puente. Se baja el puente de la literalidad para defender el carácter divino del matrimonio y la dominación masculina, pero el puente se levanta –afortunadamente- para decir que apedrear hasta la muerte a un hijo rebelde debe entenderse en el contexto histórico.

Se baja el puente de la planificación familiar para recomendar familias chicas que viven mejor, pero se sube a toda velocidad para evitar hablar de métodos anticonceptivos a las juventudes presbiterianas.

“a esta altura
no ha de ser un secreto
para nadie
yo estoy contra los puentes levadizos.
” 
(Mario Benedetti)

Bajar y levantar tantas veces los puentes debe ser cansado, pero pareciera una actividad muy placentera para diversos sectores del presbiterianismo. Es una necesidad provocada por la triste noticia de que no vivimos en la Ginebra de Calvino.

Estos puentes deben servir de advertencia para los observadores que consideran a los sectores conservadores como carentes de inteligencia y de racionalidad, pues de hecho el uso efectivo de ellos ha resultado en el actual posicionamiento de las ideas fundamentalistas. Mientras muchos de nosotros los tiramos de a locos y de seres irracionales y hasta tontos, ellos han jugado con un plan estratégico, racional y hasta posmoderno que ha dejado a quienes nos consideramos “progresistas” en bizantinas discusiones contra ellos, pues mientras argumentamos y hacemos exégesis sistemática y coherente, ellos suben y bajan sus puentes saliendo fácilmente de cualquier apuro argumentativo.

¿Conclusiones?

Esta presentación sin duda sonó criticona, ácida y hasta pesimista. De ser así es grato haberles podido compartir un poco del “sentido antropológico de la vida”, no obstante el análisis antropológico no se limita a señalar las contradicciones, busca ser una instancia de transformación de la comunidad, tiene una responsabilidad ética con su campo de investigación.

En este caso la responsabilidad ética del antropólogo va ligada con derroteros teológicos. No deseo terminar con alguna conclusión pues no la hay. Me he limitado a poner sobre la mesa algunas paradojas para inquietarlos, pues a mí mismo me inquietan, les invito a reflexionar sobre ellas y a trabajarlas teológicamente, a hacer teología de la paradoja social y buscar cómo desatar las madejas que tienen al presbiterianismo contemporáneo en grandes enredos. Ni siquiera sé si sea cuestión de hacer más puentes, los que hay han sido pavorosos. En todo caso recomendaría un teleférico, pues este une contextos desiguales. 




Este texto fue presentado en el Encuentro "Jornadas Presbiterianas 1857-2012" en la Librería Maranatha, en la ciudad de México, Posteriormente fue publicado por el Boletín del Centro Basilea de Investigación y Apoyo, num. 44-45, enero-octubre de 2012, 




[1] Cruzet, Denise, Yo, Calvino, Editorial Ariel. Barcelona, 2001.
[2] Como ejemplo de cómo el soft power tiene gran capacidad de influencia puede verse Martel, Frédéric, Cultura Mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masa, Editorial Taurus, Barcelona, 2011. 
[3] Cruzet, op. cit., pág. 233.
[4] Diario de Campo del autor.
[5] Cruzet, op. Cit.
[6] Althabe. Gerard, “Construcción del extranjero en la Francia urbana en Alteridades, Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa, México, 2003, 13(26), pág. 118. 
[7] Weber, La ética protestante y el Espíritu del Capitalismo, La Red de Jonás, México, 1988. Cabe destacar que el concepto de “habitus” fue desarrollado primero por Weber y luego por Pierre Bourdieu.
[8] Vázquez, Apolinio, Los que sembraron con lágirmas. Apuntes históricos del presbiterianismo, El Faro, México, 1985. 
[9] García Canclini, Néstor, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, Paidós, Barcelona, 2001. 

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