Esto ocurrió en otoño pasado, y a partir de ahora podremos gozar de los efectos de este ritual de la cosecha que garantizará jugosos frutos.
Cinco chavos en la estación San Lázaro arman bronca a dos cuasi hipster (o sea se vestían como hispter, pero uno nunca es suficientemente hipster).
- ¡Si tú no hueles a rosas! - le dice el chavo a uno de ellos
- ¿Pus qué?
A continuación sus ojos cruzan profundas miradas incitándose a la carnalidad, como en aquellos cultos cananeos de la cosecha, donde hombres se batían con otros hombres en profundos abrazos y éxtasis religioso, sus fluídos que regaban el suelo lo nutrían para robustecer las semillas.
Empieza el embate de golpes directos pero fallidos, llaves de cuello y un baile de abeja (que tuve que repeler en varias ocasiones aplastando la revista recien adquirida), anunciando el clamor por fertilidad a Baal, quien compasivo miraba desde sus cielos serenos a estos comprometidos adoradores.
El otro cuasi-hipster intenta agarrar a su amigo y los otros cuatro chavos, incluída una chava, intentan contener al otro que ya había destrozado los grandes lentes y desabrochado sensualmente los botones de la camisa del provocado, pérdidas necesarias en beneficio de la simiente. Pelo en pecho rogando el favor divino, los cuasi hipster derramaban gotas de sudor que caían al suelo del vagón inundando de nutricia energía y abundante fertilidad los rieles.
Posteriormente los presentes, considerando que el rito se había consumado, decidieron bajar las palancas de emergencia y solicitar la intervención de la autoridad.
Todos terminaron fuera del vagón, rodeando a un policia, sacerdote que regula estos rituales y que al momento de alejarse el tren, seguramente agradecía a los participantes su dadivosa ofrenda de golpes carnales en beneficio de la abundancia en la próxima siega.
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