Entre los dos ríos de Mesopotamia fue el escenario perfecto para platicar con una mujer ante todo inteligente, y aunque suele olvidarse, muy hermosa también. Caía la tarde y parece que era su hora favorita, una sonrisa llenó su ancestral rostro mientras se acomodaba en su silla a punto de iniciar nuestra plática al aire libre.
Entrevista con Eva: Segunda Parte
Génesis en su Diversidad (GD): Primeramente muchas gracias por aceptar nuestra entrevista, sabemos que es más común hablar de ti que contigo.
EVA (E): Al contrario el gusto es mío, me encanta poder participar en estos espacios creativos.
GD: Antes que nada quisiera que te presentaras brevemente, sé que parece innecesario, ¿quién no te va a conocer?, pero quisiéramos escucharlo de tu propia voz.
E: Con gusto. Mi nombre es Eva, aunque la primera palabra que escuché para referirse a mí fue “Ishá”. Fui creada por Dios a partir de la costilla de Adán, mi esposo, con el objetivo expreso de ayudarle al pobre con la administración del Jardín del Edén. El nombre “Eva” no lo recibí sino hasta después del incidente más feliz de mi vida, del que, supongo hablaremos específicamente. He vivido los últimos milenios al oriente de lo que era el Edén. Me gustan los frutos jugosos, las serpientes, el aire del campo y el atardecer.
GD: Muchas gracias. Pues empecemos por el principio, literalmente. ¿Cuál es tu primer recuerdo?
E: La impronta más arraigada que tengo es Dios, formándome, como he dicho, a partir de la costilla de mi esposo. Sabía que mi objetivo de existir era muy importante, ahora le llamarían ser una hacendada. Algo así como lo que hacía una mujer de una novela que leí recientemente “Doña Bárbara” es el título.
GD: Es decir, que ¿desde el principio sabías para qué habías sido creada?
E: Sabía para qué Dios y Adán me querían, que estuviera o no de acuerdo es otra historia.
GD: Pero estaban claras las reglas, ¿no?
E: Mira, quien sí recibió muchas reglas y órdenes fue mi esposo. El pobre se afligía cada vez que Dios llegaba a hablar con él, se ponía nervioso, se arreglaba su manzana de Adán (ahí no habían corbatas), alzaba el cuello y ponía atención a las instrucciones. Era un tanto cómico verlo. En lo personal yo sabía lo que tenía que hacer, eso de administrar un Huerto no es tan difícil, ¿sabes? ¡Pobre Adán!, era un desastre.
GD: Pero sabemos de buena fuente que había una orden muy especial.
E: Ah, claro. Debíamos guardar y labrar el huerto, y Adán tuvo un éxito relativo al nombrar a los animales, que fue una de las primeras cosas que hizo. Le digo relativo, porque con el paso del tiempo llegó un hombre de apellido Linneo que volvió a nombrar a todos los animales. Recuerdo el día que eso pasó, Adán llegó hecho una furia a la casa, azotó el periódico donde se enteró de la noticia, y dijo que iba a reclamar, que nunca había recibido el memo de cambio de régimen. Que al menos merecía algo de crédito por el uso que los animales habían realizado del nombre que él les puso. Al final terminó siendo buen amigo de Carlos, ah y también de otro Carlos, pero hablamos de él luego.
GD: Entiendo lo de esas órdenes pero yo me refiero a otra orden, a una muy importante.
E: Me rindo, no sabría cuál.
GD: Veamos, aquí tengo el registro, a ver si refresca tu memoria: “Pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comieres ciertamente morirás”.
E: No, no recuerdo algo así, ¿qué documento tan peculiar estás leyendo?
GD: ¿Quieres decir que no sabías de esta instrucción?
E: Pues más bien parece amenaza, pero no, no sabía nada.
GD: ¿Adán nunca te dijo?
E: ¡Vamos!, Adán decía muchas cosas… quizá llegó a mencionar algo alguna vez después de la cena (desvía la mirada y juega con su perfumado cabello), pero así como que fuera algo muy importante, pues…
GD: Entonces, ¿cuándo te acercaste a ese árbol?
E: ¡Esa fue la tarde más llena de emociones de toda mi vida! Adán había terminado de darme una perorata sobre su gran autoridad, figúrate que él creía que ¡me había parido! Yo le decía, oye Adán, salí de tu costilla, no de tu vientre, pero él se empeñaba en decir que fue creado primero, como si los prototipos fueran más importantes que la versión final. Como sea, decidí ir a pasear y casualmente di con el árbol.
GD: ¿Adán no estaba ahí contigo?
E: Eh, él estaba cerca, pero distraído. A veces aunque estuviera a mi lado era como si no estuviera. Lo amo mucho, quizá por ese carácter meditabundo e infantil, siempre admirado de todo lo que ve.
GD: Te acercaste al árbol.
E: Ah, sí, lo vi muy atractivo, un follaje excepcional, el aire obtenía el aroma de sus hojas y fruto con el que se inundaba el Huerto. El sonido que emitía era como de carrozas con caballos a galope por las llanuras del Sinar. Sentarse a su sombra era habitar al abrigo del Altísimo, desde ahí todo se veía mejor.
GD: Y entonces apareció.
E: ¿Quién?, ¿te refieres a la serpiente?
GD: Claro, a ella.
E: (La prístina mujer ríe a carcajadas, aunque la entrevista era al aire libre, de pronto pareció que su risa nos envolvía como paredes, como el vientre materno que protege a su bebé). ¡Ay la Serpiente!
GD: ¿Tenía patas?
E: ¡Oye!, no interrumpas con preguntas tan tontas.
GD: Disculpa.
E: Te decía, la Serpiente llegó, esplendorosa, resplandeciente. Nada comparable al brillo que Adán y yo emitíamos, pero bella a su manera. Se me acercó con cara de astucia y me dijo que si Dios nos había prohibido comer de todo árbol del Huerto, la mire extrañada y un poco tirándola de a boba. Le dije que no, que ¡ah!, ¡ya recuerdo!, que Adán alguna vez me dijo que podíamos comer de cualquier árbol excepto de ese, porque entonces íbamos a morir.
GD: ¿Qué dijo luego la Serpiente?
E: Pues que era mentira, que Dios sabía, ¡figúrate nada más!, que si comíamos de ese árbol seríamos como “dioses”, como él. Que por eso lo había prohibido.
GD: ¿Tú lo creíste?
E: Yo ya poseía la imagen de Dios, ¿para qué iba a querer comprar algo que ya tenía?
GD: ¿Entonces?
E: El fruto me atraía desde hacía mucho tiempo, pero no me había atrevido a comerlo. Así que ahí, con la Serpiente diciéndome esa sarta de tonterías para que lo comiera, pues… ¿esta entrevista se difundirá en muchos lados?
GD: Es solo para un blog con poco alcance.
E: Bien, aquí en confianza te confesaré que vi el cielo abierto, mi mejor oportunidad. Podría comer del fruto y tener a quien echarle la culpa si la situación se ponía fea.
GD: Entonces, ¿no te tentó la Serpiente?
E: (Intentando aguantar una carcajada) Okey, digamos que la mejor manera de ser tentado es en las cosas que deseas. Lo que sí ocurrió fue que, de pronto, con todo y que había admirado tantas veces el fruto, de pronto me pareció distinto. No sé, me invadió un gran antojo, me pareció más suculento que cualquier otra cosa en el mundo y de pronto lo supe. Ese fruto tenía el néctar de la sabiduría.
¿Cómo me di cuenta? No lo sé. Quizá después de todo la Serpiente sí tenía cierta magia. ¡No puede resistirlo!, extendí la mano temblorosa pero decidida, toqué esa tierna y aterciopelada superficie, palpé una textura suave pero consistente, como un pecho materno rebosante de leche. Lo arranqué sin piedad de su racimo y lo llevé de inmediato a mi boca con las dos manos. Su aroma llenó mis sentidos, una brisa resopló extendiendo mi cabello cual largo era, y mi perfume se conjugó con el prohibido aroma del fruto. De pronto todo el Huerto parecía ausente, como si estuviera bajo los reflectores de un escenario y mi deseo fuese la actriz principal.
¡Lo mordí!, mi lengua nunca había sentido tan grande éxtasis y un escalofrío recorrió mi espina, mis glúteos se tensaron y mis piernas flaquearon, los dedos de mis pies salieron de su pereza y se retorcieron felizmente, mientras mi respiración se entrecortaba y mis manos se apretaban disfrutando la textura del fruto que penetraba mi ser.
La Serpiente tenía razón, morí…
***
Hasta aquí dejamos esta primera parte de la entrevista con Eva. En las próximas entregas conoceremos más sobre el incidente del Huerto, como ella le llama, así como su vida después del Huerto. También platicamos sobre su aparición en diversos dibujos, novelas y cultura popular y desde luego, las preguntas que nuestros suscriptores amablemente nos hicieron llegar. ¡No se la pierdan!
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