¿Cómo se llamó la esposa de Set, el tercer hijo de Adán? (Gn. 5.2); ¿Cómo se llamó la segunda esposa de Moisés por la cual Aarón y María murmuraron? (Nm. 12.1); ¿Cuál era el nombre de la mujer sirofenicia cuya hija fue sanada por Jesús – y cuál era el nombre de esa niña? (Mt. 15.21-28; Mr. 7.24-30) Estas y otras mujeres anónimas aparecen en los relatos bíblicos.
Para la forma de ver las cosas de las Sagradas Escrituras, el nombre de una persona designa no solamente la forma en la cual se le conoce, sino que el significado del nombre está arraigado en la forma de ser y en el significado que esta persona tiene para la historia del pueblo de Dios. Así, el nombre de Salomón significa “hijo de paz”; y el gobierno de este rey se caracterizo (durante algún tiempo) por las buenas relaciones diplomáticas con otras naciones. Por tanto, que las Escrituras mencionen a tantas mujeres cuyo nombre desconocemos debe ponernos a pensar, ¿cómo entender esta ausencia de reconocimiento?
En primer lugar no podemos negar que la razón por la cual sus nombres no están escritos en las páginas bíblicas se debe a que los escritores de los relatos, promotores, constructores y sujetos de la cultura patriarcal, no consideraron que fuera importante referirlos. Así ha sido por mucho tiempo el trato hacia la mujer, pero cada día vemos que la mujer lucha constantemente por su reconocimiento en la sociedad y en la iglesia. Por tal motivo, podemos entender esta misma ausencia de nombres en las páginas bíblicas desde otra perspectiva.
Que no se refiera el nombre de estas mujeres (más allá de que en un principio no fueran consideradas importantes) significa que los escritores bíblicos no pudieron capturar en una sola palabra todo lo que estas mujeres representan. ¿Cómo encerrar en un solo nombre a aquella mujer cusita a quien Dios defendió cuando fue discriminada por su color de piel y origen étnico? ¿Cómo atrapar el viento con la mano? ¿Cómo encerrar en un solo nombre a aquella mujer que fue la única en tener la última palabra en un debate con Jesús, y todo por reclamar la bendición de Dios para su hija?
Sólo nos basta recordar que en las Sagradas Escrituras sólo hay alguien de quien tampoco se refiere su Nombre, sino que era impronunciable debido a su alta dignidad. Me refiero al nombre de Dios (YHWH), el cual los hebreos no podían decir y debían leerlo como “Adonai” (Señor). Lo que pasa con el nombre de Dios, pasa con el nombre de las mujeres anónimas. Es muy interesante, por ejemplo, leer la saga de Abraham y notar que en aquellos pasajes donde Dios no habla, Sarai o Sara, según sea el caso, tampoco habla. El libro de Jueces, que en el capítulo 19 perfila un final criminal y execrable al relatar la violación masiva y el asesinato de una "concubina", se esmera en mostrar el anonimato que Dios representó para el pueblo durante esa época. Cuando no se reconocen a las mujeres, Dios tampoco es reconocido.
Debiera ser esto evidencia suficiente del carácter divino de la mujer y de su voz. No es que Dios se ponga de parte de la mujer, sino que existe una identidad profunda entre feminidad y divinidad. En las sociedades y culturas dominadas por los hombres y sus políticas, la mujer aparece como una totaliter aliter (totalmente Otra). Levi-Strauss y luego Lacan, desde la antropología y la psicología, demostraron que si bien el hombre tiene el poder, la mujer es el poder, pues es ella el instrumento para afianzar ya sean las sociedades o la subjetividad masculina. Lo mismo es Dios, considerado en sí mismo como poderoso.
Mujer = Dios es una ecuación bíblica y patriarcal. Tanto la una como el otro son colocados en los márgenes de la sociedad para beneficio de los hombres. Dios para legitimar su dominio, las mujeres para poder operarlo mediante su instrumentalización económica y sexual. La identidad entre ambos, es por tanto, profunda.
Pensando en una exégesis deconstructiva y propositiva, que detecta los sesgos de dominación ideológica en los pasajes bíblicos, pero que deliberadamente busca transgredirlos, reinterpretarlos a como mejor ajusten en el horizonte contemporáneo, se rechaza el maltrato y anonimato de las mujeres, pero se preserva la nota que las iguala con la divinidad.
Esto puede servir de pauta para aportar a una teología bíblica narrativa que reconoce estos sesgos estructuralistas y los desarrolla para generar discursos de equidad. Las mujeres se encuentran en sintonía con la divinidad, el poder creativo, creador, la dignidad de su nombre y ser, la admiración y amor, el poder ejercido en la historia, todos y cada uno de estos aspectos son divinos y son femeninos.
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