Se supone que no debo decirle a mi hija que es una Princesa porque la condenaré a una vida de amores platónicos y a ser la mujer pasiva que espera un salvador. Eso muestra que quien lo dice sabe más de películas de Disney que de historia. Se supone que jugar con muñecas, Barbies, ¡o peor!, tener de juguete una escoba o un plumero, es refundirle en su infancia la carga machista de los roles asignados y los estereotipos de género. ¡Como si barrer la casa fuera un acto nocivo!
Quizá es porque soy protestante y tengo una iconoclasia crónica lo que me hace sospechar que los objetos y los personajes de cuentos de hadas, por más que sinteticen significados ocultos, arquetipos universales que cauterizan la conciencia para no pensar más allá o símbolos unívocos de dominación, en realidad “nada pueden hacer” como diría el Apóstol Pablo. Los símbolos no son unívocos, son equívocos, polísémicos, transformables, poner una muñeca princesa en manos de una niña no es infundirle, como por brujería, la maldición de la dominación de género.
Si juntamos a todas las Barbies del mundo y las quemamos en una pira de la ignominia, si borramos todas las películas de Disney, si eliminamos de nuestro vocabulario las palabras “princesa”, “tierna”, “dócil”, no por eso disminuirían los feminicidios globales, ni se equilibrarían los salarios hombre-mujer, tampoco es probable que al desaparecer del horizonte de la humanidad el color rosa, más mujeres salgan a tomar cargos públicos. ¿Por qué?, porque esos juguetes, personajes, signos, son solo fetiches del sistema patriarcal que aun sin ellos encontraría, como la Hidra, nuevos caminos para abrirse paso. Si no son las Princesas, serán los carritos, los duendes, los ositos quienes transporten los significados de opresión, sumisión y control.
Se trata en realidad de una mirada “adultocéntrica”, como si los niños fueran meras cajas que se llenan de ideas y no tuvieran posiblidad de criterio personal, “esponjas” pasivas que lo absorben todo. Los niños tienen capacidad de decisión, pueden forjarse voluntades y criterios. Una muñeca, un carrito, un soldado en sí mismos no los predispone a conductas inevitables (otro tanto la discusión de los videojuegos violentos y los adolescentes). Se señalan casos de niños que creyéndose Superman se arrojaron por la ventana y ese botón es una muestra de que los niños son seres estúpidos que no distinguen entre la realidad y la ficción. Ocurre el curioso caso que no vemos millones de niños saltando por las ventanas. ¡Las niñas serían aún más vulnerables! y saltarían a los brazos de la opresión de género por jugar con muñecas.
Nuestra adulta respuesta ante este riesgo imaginativo es hacer a la infancia más “realista”. Muñecas con granos, estrías, con cuerpos “reales”. Porque debemos ser los artífices de la realidad, no podemos dejar la complicada tarea entre distinguir al personaje de una caricatura y a las personas reales en manos y mentes de un niño o una niña. En fin, somos adultocéntricos.
La imaginación, pese a lo que digan las políticas patriarcales de productividad controlada, los gobiernos que llaman a la sensatez al pueblo para no andar exigiendo cosas imposibles, las jerarquías religiosas que exhortan a solo tener una fe canónica, no es mala. Si nuestro objetivo es forjar una niñez “realista” es sencillamente crear una nueva generación que adopte fácilmente los esquemas laborales, las decisiones políticas y los credos religiosos, que no puedan pensar alternativas a esa realidad que tienen en frente.
Escribía Emilio Durkheim en algún lugar de Las formas elementales de la vida religiosa: “Si el muñeco con el que juega el niño, de pronto cobrara vida y lo mordiera, ¡el niño sería el primero en sorprenderse!”. Miren a los niños, “¡te voy a golpear con el martillo de Thor”, pero aunque sabe que el suyo es de plástico y no de núcleo de estrellas como ordenó Odín, se detiene lentamente antes de “golpear” a su amigo Hulk. Desde luego de buenas a primeras se le puede pasar la mano y golpear un tanto más fuerte, pero no porque desee dañar de verdad a su amigo, sino porque está aprendiendo cómo funciona correctamente la imaginación en los cuerpos de los demás.
En lugar de volver más “realistas” a niñas y niños, habría que enseñarles a ser más responsables con su imaginación.
Las adolescentes que sufren depresión por no tener “cuerpo de Barbie”, ¿de veras viven afligidas por no ser como una muñeca de plástico o no adecuarse a los significados que oculta tal objeto de polímero?, ¿qué pasa con la relación con sus padres?, ¿qué pasa con el aprendizaje que debe tener en familia y contextos de seguridad sobre autoestima y autoimagen?, ¿es Barbie quien se encarna en la líder de porristas que se burla de ella cada que la ve pasar como si no existiera un contexto social y relaciones de poder en los grupos de adolescentes y en el fenómeno del bullying? Hablando así no somos tan diferentes de aquellos fundamentalistas que prohíben ver anime japonés porque provoca que “se les meta el diablo” a los niños. Queriendo ser “realistas” terminamos con un rudimentario pensamiento mágico-fetichista.
Decirle “Princesa” a mi hija o entregarle muñecas para jugar no quita que se le pueda educar con principios de equidad de género, anti-machistas y de dignidad. Si se le entrega una muñeca con granos o estrías, igual se puede educar en equidad. Porque los juguetes y personajes tienen carga simbólica y los símbolos son equívocos, podemos manipularlos. Se pueden re-significar los personajes, los juguetes, las palabras. Los seres humanos – y las niñas y los niños son seres humanos – somos seres históricos y subjetivos que, pese a la violencia estructural y a los significados ocultos del lenguaje, aún podemos imaginar nuevas alternativas para evitar el machismo, aun podemos imaginar cómo desmantelar este patriarcado que ya trae al mundo al borde de la muerte.
Infantes, adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos todavía podemos usar nuestra imaginación para pensar formas de equidad, justicia y dignidad. Dejemos de culpar a los juguetes a los personajes de cuentos de hadas y caricaturas, dejemos de ignorar que las niñas y los niños piensan por sí mismos y pueden sorprendernos.
Dejemos de ser realistas y busquemos alternativas.
Magnífico, chicos. Me encantó.
ResponderBorrarEncuentro que el artículo sirve de disparador en varios aspectos:
1. El fetichismo de un pensamiento mágico que en definitiva concede virtud al juguete en vez de poner el foco sobre aquellos que usan el juguete. El objeto termina importando más que el sujeto.
2. La ingenuidad de creer que "muerto el perro se termina la rabia", porque el virus del patriarcado es más potente, infecta y se transmite mucho más allá de la "saliva". La alusión a la Hidra es excelente y en vez de minimizar el asunto le da la debida importancia.
3. Somos adultocéntricos, es así. Necesitamos descentrarnos de la adultez y recobrar la amistad perdida con nuestro niño interior. Y esa quizás es la parte más difícil porque desde ese lugar es que hacemos lo que hacemos.
Descubrimos que a veces "las princesas" y sus historias reflejan algo que no queremos, nos dimos cuenta que los hombres no tienen ni la necesidad ni la obligación de ser príncipes azules, que las Barbies se parecen más a las modelos anoréxicas de Pancho Dotto que a las mujeres de nuestras familias y entonces, reaccionamos. Nos indignamos, nos ofuscamos y queremos "enseñarles" a nuestros niños y a nuestras niñas que "así no debe ser."
Bien lo captó el Nano cuando dijo:
...«Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos parece que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos
para dormir.»
Este artículo es un desafío a no distraernos en lugares comunes y cargar las tintas en la responsabilidad de pensar "alternativas a esa realidad que tienen en frente" que ojalá fuera tan fácil como cambiar un juguete.
Gracias por esta vuelta de tuerca que nos invita a seguir buscando nuevas maneras de hacerlo. Emoticono smile