Domingo por la mañana en el metro, la gente de la ciudad de México sabe que los vagones son plataformas de venta y predicación. Sube un vendedor, sube un evangelista para presumir su fe e invitar al respetable a irse al infierno por idólatra.
En esta ocasión sube al vagón taciturno un anciano, el tren arranca de la estación, mira con rostro de circunstancia adelante y atrás, cierra los ojos como rememorando, los pasajeros hacen gesto de resignación ante la inminente perorata. ¡Es muy temprano para andar recordando nuestros pecados y arrepentirnos!, además es domingo. Todos le desvían la mirada y vuelven hacia el compañero de viaje o hacia algunas de las múltiples pantallas de desconexión. Algunos otros leen el periódico.
El anciano heraldo limpia su garganta para comenzar a hablar de las cosas de Dios diciendo:
- ¡Hoy en el mundo están pasando cosas muy terribles!, cada mañana vemos nuevas noticias de muerte y destrucción. Hay gente que dice creer en Dios, pero yo soy un viejo tan culero que no hago eso. El culero y miserable soy yo, por eso no me acerco a Dios. Esa gente tan pendeja que cree en Dios. Me rio de ellos.
Diciendo las últimas palabras de ese sermón, el metro llega a la siguiente estación. La gente ahora lo mira con extrañeza y, en algunos casos hasta con empatía, pero sin duda con sorpresa por escuchar de él tan breve y condunte sermón. ¡Todo un modelo de homilética!
El anciano acercándose a la puerta sale de prisa del vagón con la sonrisa que solo se obtiene cuando se sabe que se ha dejado muy confundida a la gente LOL!
Genial Raul!
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